https://youtu.be/sg0XzdqMT0U

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martes, 6 de septiembre de 2016


Rufino Tamayo

Rufino Tamayo nació en 1899, en Oaxaca. Huérfano a los 8 años, emigró con una tía a la capital mexicana; a los 18 asistió a la Escuela de Bellas Artes, antigua Academia de San Carlos. En 1921 fue nombrado Jefe del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, y en 1932, ocupó el cargo de Jefe del Departamento de Artes Plásticas de la SEP. En 1936 participó como delegado de la Liga Mexicana de Pintores y Artistas Revolucionarios, en el Congreso de Artistas de Nueva York. Durante los siguientes años pintó de forma independiente; realizó su primera exposición individual en 1926 en México, y en 1937 en Nueva York, donde también fue profesor de la Dalton School. A partir de entonces dividió sus temporadas de residencia entre Nueva York y México, viviendo la mitad en una ciudad y el tiempo restante en la otra. En 1948, se realizó una gran muestra titulada Tamayo, 20 años de su labor pictórica, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, cerrando con esto una etapa en la trayectoria artística.


Los murales de Tamayo


En 1932 se le encargó su primer mural titulado Música, en la Escuela Nacional de Música. En esta obra, terminada en 1933, la música aparece como figura simbólica, tratada humana y poéticamente.

Otro de sus murales, Revolución -Raquel Tibol lo llama El pueblo contra los tiranos-, de 1938 y también trabajado al fresco, fue realizado en el Museo de las Culturas. Se refiere a la lucha armada de México y representa el fin del régimen porfirista. Éste es uno de los pocos ejemplos en los que el pintor hace referencia al tema de la Revolución; en el caso de Tamayo no existe un compromiso personal y así lo demuestran sus obras posteriores. A pesar de que el tema es de contenido político-social, no expresa, como en Orozco, Rivera o Siqueiros, la tragedia del pueblo mexicano. Precisamente en esto radica la importancia y el atractivo de esta obra que, por otro lado, corresponde a una etapa de realismo en la pintura de Tamayo, caracterizada por el uso de tonos terrosos, opacos, así como por el uso limitado del color, compuesto por ocres, grises, cafés, negros, blanco y rojo.

Según los especialistas, ninguno de estos dos murales pueden considerarse obras acabadas. El primer mural que concluyó fue el realizado en 1943, en la biblioteca de arte del Smith College en Northampton, Mass.

De los murales realizados en el Palacio de Bellas Artes, encontramos Nacimiento de nuestra nacionalidad, de 1952. Fue realizado sobre tela de lino en bastidor de gran formato y trabajada con pigmentos de vinelita. Aquí desarrolla un tema frecuente desde los inicios del muralismo: el proceso revisión y búsqueda de la identidad nacional. Tamayo se identifica plenamente con el tema debido a su origen zapoteca; su visión, por lo tanto, parte de la realidad cotidiana para transformarse en poética universal. Milena Koprivitza señaló que el punto de partida para el tratamiento de la alegoría consistió en representar valores culturales europeos y americanos, marco espacial donde sucede un trance irreversible: el alumbramiento de un nuevo ser. El resultado, plenamente logrado aquí, se vincula estrechamente con el tratamiento que el pintor da al pigmento de vinelita como material expresivo plástico. Para ello empleó pocos colores diferentes entre sí. En cambio, juega con un rico, amplio espectro de tonalidades cromáticas que le dan un carácter sutil, de imprecisión en los contornos de las formas, restándoles peso a los volúmenes. Este mural sintetiza el pensamiento de Tamayo, su estilo propio plenamente consolidado que se basa en el manejo extraordinario del color, lleno de luz y de formas que, aunque sujetas al simbolismo narrativo, proyectan una total liberación del realismo.


El universo 1982



México de hoy. Realizado en 1953 y trabajado con la misma técnica que el anterior, cierra el paréntesis abierto por Tamayo en Nacimiento de nuestra nacionalidad sobre la perspectiva histórica. Aquí se ocupa de mostrar un resultado constructivo que establece sus fundamentos en el pasado. Llama poderosamente la atención por lo vibrante de la escala de valores cromáticos y por la gama del rosa mexicano, abundante en el arte popular mexicano y especialmente apreciado por el pintor oaxaqueño. Las formas de este mural, en proceso de desintegración, tienden hacia su esencia aun cuando son todavía reconocibles dentro de la naturaleza. En los murales del Palacio de Bellas Artes, Tamayo utilizó un lenguaje formal abstracto.

Los años durante los cuales Tamayo pintó las obras del Palacio de Bellas Artes, fueron decisivos para el marco de una nueva orientación del arte mexicano, así como para la transformación de su propia trayectoria artística. Esta nueva situación correspondió a un cambio social que repercutió en todos los niveles del país; a partir de este momento -con el inicio del sexenio presidencial de Miguel Alemán- se vivirá una etapa desarrollista que estimuló el turismo, la dependencia económica y el intercambio cultural con otros países, en especial con Estados Unidos.

Desde 1949 Tamayo inició una nueva etapa en la internacionalización del arte mexicano. De manera simultánea expuso en Nueva York, Bruselas, París. La renovación de su lenguaje formal significó para la plástica mexicana un nuevo estímulo que atrajo a las generaciones posteriores. Esta cualidad se observa en el manejo explosivo del color, en sus valores luminosos, además del tratamiento de la forma, que parte de la realidad para irla desintegrando sin perder del todo su figurativismo; éste abre un nuevo camino de expresión en la pintura mexicana.


 





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